lunes, 12 de octubre de 2020

Carta de Juan Felipe Jaramillo

 




CARTA EN LA PANDEMIA:

O DE CÓMO EL HAIKU SE EXTIENDE COMO UN VIRUS

PERO LENTA, LENTAMENTE.

 

 

 

lluvia de estrellas…

el gusanito verde 

cruzando aún la calle

 

Diente de León (Juan Felipe Jaramillo), Medellín, 12 de octubre de 2020.

 

 

 

I

Una carta es un objeto extraño, provocador de sensaciones y asombros. Primero, está su apariencia: guardada en un sobre de papel marcado con algunos sellos o estampillas, con los nombres del destinatario y del remitente y sus direcciones –a menudo escritos a mano. Luego, su naturaleza viajera, con su aspecto de extranjera, su procedencia desde lugares remotos. Ah, y su olor, no necesariamente añadido adrede, el olor natural del papel, o de las tintas, o de los espacios y objetos compartidos durante el largo viaje… Es algo muy primitivo, lo acepto, pero como lo hacen otros mamíferos, acostumbro a oler los objetos que me atraen. Luego, viene esa entrañable ansiedad por ver lo que hay adentro, el deseo de abrir con cuidado, sin romper nada y menos su valioso contenido. Generalmente, respiro varias veces lentamente mientras retiro poco a poco el papel doblado y el resto de los objetos que contiene. Y los observo, primero al revés, dando vueltas a uno y otro lado, observando cada detalle, para darme tiempo, para llegar poco a poco al principio, a donde se inicia el texto de la carta…

Sí, una carta es un extraño objeto del pasado. Como tantas otras especies, el problema es que es ya es una especie en extinción. Últimamente, las únicas cartas que se reciben son facturas, publicidad, notificaciones oficiales o políticas… Otro atentado contra el gozo del misterio. Nuestras cartas son ahora instantáneas, llegan de inmediato por la magia de un clic, sin posibilidad de olerlas, de darles vuelta, de disfrutar su extrañeza y otredad… Qué pena con las nuevas generaciones que quizás tampoco disfrutarán más con el olor de los libros recién comprados a los que había que separar sus hojas con un cortapapel o una navaja…

 

 

II

Como las cartas, anclado en el pasado que quiere ser presente, que no quiere despeñarse en el vértigo de la extinción, el haiku lentamente nos conquista. No riñe con las vanguardias ni las grandes invenciones, no posa de creativo ni de original, se siente cómodo entre las piedras, las nubes y los aguaceros, que son prácticamente los mismos desde hace cientos de miles, de millones de años. El haiku no pretende ser poesía del misterio ni de revelaciones, no anuncia ni demuestra nada que no conozcan demasiado bien los más jóvenes y los más ancianos entre nosotros. Su valor no compite con el del aire que respiramos, ni quiere ser mejor o más profundo que el agua que nos baña o fluye en nuestro cuerpo. El haiku no dice verdades absolutas, no lanza proclamas, no declara principios ni creencias… El haiku es como una carta del pasado que nos llega para recordarnos que para vivir solo hay este tiempo: ¡el presente!

 

 

III

A mediados de abril, llegó a Medellín (Colombia), una carta desde México que se tomó más de 2 mes para completar su recorrido. Ya se había decretado la pandemia que paralizó al planeta entero. Elías Dávila al parecer no pudo compartirla con otros. En San Pedro, Toluca, solo agregó un haiku propio:

 

 

La cigarra

por un momento da voz

al árbol muerto.

 

 

La carta había salido de México con fecha del 2 de febrero. Elías solo añadió una nota breve, tanto como su haiku, que contiene un fraterno abrazo primaveral. Nada más.

 

 

IV

Pero, en realidad, era un paquete robusto que contenía muchos haikus, algunos individuales, finamente escritos, a veces acompañados con espléndidas ilustraciones hechas a propósito por el propio autor, es decir, auténticos haigas1. Otros, en ramillete, eran fruto de un encuentro de varias voces (talleres o grupos de haijines de un mismo sitio), cada una con propio puño y letra del autor. Qué contenido más variado y vibrante.

 

La carta haiku había empezado a viajar desde junio de 2019 por las tierras de España –como aparece en un par de haikus, quizás de los primeros—. Y aunque no todos dan cuenta de su procedencia, en algunos se añade el encanto de esos bellos nombres de la tierra de la que procede nuestra lengua común que, con algo de reclamo y de nostalgia, llamamos la “madre patria”: Soria, El Escorial, Menorca, Valencia, Rioja, Zaragoza, Galicia, Albacete… y seguramente otros lugares no nombrados.

 

Me sentí, como tantas veces en mi infancia, cuando vaciaba el pequeñísimo cofre de las joyas de mi madre –lo más parecido a un “tesoro” que mi mente de niño imaginaba—. Vi collares de “perlas”, aretes de “diamante”, anillos de rubí, piezas de oro y platino, esmeraldas, lapislázuli… Estas joyas para mis ojos me hablaban de especies no familiares, de lugares desconocidos, de otros nombres (el corzo, Turia, el simún, el siroco, el tendal, el taray…), de otros sabores, otros aromas, otras sensaciones cercanas y desconocidas al mismo tiempo.

 


1 “(…) ambos son creados con el mismo pincel y tinta, aumentar una imagen al poema haiku era…una

actividad natural”. Addiss, Stephen (1995). Haiga: Takebe Sōchō and the Haiku-Painting Tradition. Richmond: University of Richmond.

 

 

V

Extraño momento este en el que casi simultáneamente en todos los países los ciudadanos del mundo fuimos conminados al aislamiento, a la reclusión, al distanciamiento… La sombra de la “peste” se extendió de nuevo por el mundo entero. Extraño momento… mezcla de amenaza, miedo, control, ensimismamiento y la contundente inmersión en el mundo virtual, en la poderosa red del ciberespacio. Mas conectados que nunca, pero no más comunicados.

 

 

VI

En Medellín, el taller haiku-dô dejó de reunirse desde marzo, al comienzo de la cuarentena. No era una actividad prioritaria para la mayoría y el tiempo empezó a ser copado por las largas y fatigosas horas de actividades en línea, por el apabullante e inmovilizador teletrabajo. Como receptor de la carta, para compartirla, la convertí en una presentación de Power Point (desdibujando todos sus misterios y el encanto de sus detalles) para que el grupo pudiera conocerla y tratará de responderla. Solo en agosto (4 meses después de recibirla) reiniciamos nuestros encuentros mensuales del taller de haiku de forma virtual.

 

 

VII

A la lentitud natural del viaje de las cartas, se le sumo otra lentitud, la de la densidad y la incertidumbre del momento nebuloso que compartimos. Al fin, en septiembre, 12 haijines de Medellín pusieron su impronta en este abrazo que ahora llega hasta Argentina. Son otras llamitas que titilan en la oscuridad, otros guijarros que brillan como joyas en el océano del asombro. Son un testimonio de esta hermandad telúrica que celebra el milagro de la germinación y de la propagación de esta extraña planta -entre otras- que solo parecía posible en el Japón.


En Medellín (Colombia)

 Durante este tiempo de pandemia, al no saber como funcionaría el servicio de correos, optamos porque la carta se confinara en el templo "Montaña de silencio" de nuestro amigo Juan Felipe Jaramillo en Medellín (Colombia). Allí ha permanecido hasta hace poco que ha volado a nuestros amigos argentinos. 

  Agradecemos a Juan Felipe todo el interés por conservar ese montón de haikus y acuarelas que va llenando nuestra carta. 

   Algunos de los haikus escritos por los haijines colombianos:







  Comenzado el verano, el cartero ha traído a mi casa nuestra querida carta, tras dos años de emocionante viaje. Es un paquete que enseguida...