CARTA
EN LA PANDEMIA:
O DE CÓMO EL HAIKU
SE EXTIENDE COMO UN VIRUS…
PERO
LENTA, LENTAMENTE.
lluvia de estrellas…
el gusanito verde
cruzando aún la
calle
Diente de León (Juan Felipe
Jaramillo), Medellín, 12 de octubre de 2020.
I
Una carta es un objeto extraño,
provocador de sensaciones y asombros. Primero, está su apariencia: guardada en
un sobre de papel marcado con algunos sellos o estampillas, con los nombres del
destinatario y del remitente y sus direcciones –a menudo escritos a mano.
Luego, su naturaleza viajera, con su aspecto de extranjera, su procedencia
desde lugares remotos. Ah, y su olor, no necesariamente añadido adrede, el olor
natural del papel, o de las tintas, o de los espacios y objetos compartidos
durante el largo viaje… Es algo muy primitivo, lo acepto, pero como lo hacen
otros mamíferos, acostumbro a oler los objetos que me atraen. Luego, viene esa
entrañable ansiedad por ver lo que hay adentro, el deseo de abrir con cuidado,
sin romper nada y menos su valioso contenido. Generalmente, respiro varias
veces lentamente mientras retiro poco a poco el papel doblado y el resto de los
objetos que contiene. Y los observo, primero al revés, dando vueltas a uno y
otro lado, observando cada detalle, para darme tiempo, para llegar poco a poco
al principio, a donde se inicia el texto de la
carta…
Sí, una carta es un extraño objeto
del pasado. Como tantas otras especies, el problema es que es ya es una especie
en extinción. Últimamente, las únicas cartas que se reciben son facturas,
publicidad, notificaciones oficiales o políticas… Otro atentado contra el gozo
del misterio. Nuestras cartas son ahora instantáneas, llegan de inmediato por
la magia de un clic, sin posibilidad de olerlas, de darles vuelta, de disfrutar
su extrañeza y otredad… Qué pena con las nuevas generaciones que quizás tampoco
disfrutarán más con el olor de los libros recién comprados a los que había que
separar sus hojas con un cortapapel o una navaja…
II
Como las cartas, anclado en el
pasado que quiere ser presente, que no quiere despeñarse en el vértigo de la
extinción, el haiku lentamente nos conquista. No riñe con las vanguardias ni las grandes
invenciones, no posa de creativo ni de original, se siente cómodo entre las
piedras, las nubes y los aguaceros,
que son prácticamente los mismos desde hace cientos de miles, de millones de
años. El haiku no pretende ser poesía del misterio ni de revelaciones, no
anuncia ni demuestra nada que no conozcan demasiado bien los más jóvenes y los más ancianos entre
nosotros. Su valor no compite con el
del aire que respiramos, ni quiere ser mejor o más profundo que el agua que nos
baña o fluye en nuestro cuerpo. El haiku no dice verdades absolutas, no lanza
proclamas, no declara principios ni creencias… El haiku es como una carta del
pasado que nos llega para recordarnos que para vivir solo hay este tiempo: ¡el presente!
III
A mediados de abril, llegó a
Medellín (Colombia), una carta desde México que se tomó más de 2 mes para
completar su recorrido. Ya se había decretado la pandemia que paralizó al
planeta entero. Elías Dávila al parecer no pudo compartirla con otros. En San
Pedro, Toluca, solo agregó un haiku propio:
La cigarra
por un momento da voz
al árbol muerto.
La carta había salido de México con
fecha del 2 de febrero. Elías solo añadió una nota breve, tanto como su haiku,
que contiene un fraterno abrazo primaveral. Nada más.
IV
Pero, en realidad, era un paquete
robusto que contenía muchos haikus,
algunos individuales, finamente escritos, a veces acompañados con espléndidas
ilustraciones hechas a propósito por el propio autor, es decir, auténticos
haigas1.
Otros, en ramillete, eran fruto de un encuentro de varias voces (talleres o grupos
de haijines de un mismo sitio), cada una con propio puño y letra del autor. Qué
contenido más variado y vibrante.
La carta haiku había empezado a
viajar desde junio de 2019 por las tierras de España –como aparece en un par de
haikus, quizás de los primeros—. Y aunque no todos dan cuenta de su
procedencia, en algunos se añade el encanto de esos bellos nombres de la tierra
de la que procede nuestra lengua común que, con algo de reclamo y de nostalgia,
llamamos la “madre patria”: Soria, El Escorial, Menorca, Valencia, Rioja,
Zaragoza, Galicia, Albacete… y seguramente otros lugares no nombrados.
Me sentí, como tantas veces en mi
infancia, cuando vaciaba el pequeñísimo cofre de las joyas de mi madre –lo más
parecido a un “tesoro” que mi mente de niño imaginaba—. Vi collares de
“perlas”, aretes de “diamante”, anillos de rubí, piezas de oro y platino, esmeraldas, lapislázuli… Estas joyas para mis ojos me hablaban de especies
no familiares, de lugares desconocidos, de otros nombres (el corzo, Turia, el
simún, el siroco, el tendal, el taray…), de otros sabores, otros aromas, otras
sensaciones cercanas y desconocidas al mismo tiempo.
1
“(…) ambos son creados con el mismo pincel y tinta,
aumentar una imagen al poema haiku era…una
actividad natural”. Addiss, Stephen
(1995). Haiga: Takebe Sōchō and the Haiku-Painting Tradition. Richmond: University of Richmond.
V
Extraño momento este en el que casi
simultáneamente en todos los países los ciudadanos del mundo fuimos conminados
al aislamiento, a la reclusión, al distanciamiento… La sombra de la “peste” se extendió de nuevo por el
mundo entero. Extraño momento… mezcla de amenaza, miedo, control,
ensimismamiento y la contundente
inmersión en el mundo virtual, en la poderosa red del ciberespacio. Mas
conectados que nunca, pero no más comunicados.
VI
En Medellín, el taller haiku-dô dejó
de reunirse desde marzo, al comienzo de la cuarentena. No era una actividad
prioritaria para la mayoría y el tiempo empezó a ser copado por las largas y
fatigosas horas de actividades en línea, por el apabullante e inmovilizador
teletrabajo. Como receptor de la carta, para compartirla, la convertí en una
presentación de Power Point (desdibujando todos sus misterios y el encanto de
sus detalles) para que el grupo pudiera conocerla y tratará de responderla.
Solo en agosto (4 meses después de recibirla) reiniciamos nuestros encuentros
mensuales del taller de haiku de forma virtual.
VII
A la lentitud natural del viaje de
las cartas, se le sumo otra lentitud, la de la densidad y la incertidumbre del
momento nebuloso que compartimos. Al fin, en septiembre, 12 haijines de
Medellín pusieron su impronta en este abrazo que ahora llega hasta Argentina.
Son otras llamitas que titilan en la oscuridad, otros guijarros que brillan
como joyas en el océano del asombro.
Son un testimonio de esta hermandad telúrica que celebra el milagro de la
germinación y de la propagación de esta extraña planta -entre otras- que solo
parecía posible en el Japón.